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Entrevista con Giustino Di Celmo

¿Hasta cuándo Estados Unidos protegerá al asesino de Fabio Di Celmo?

Este 4 de septiembre se cumplen 10 años del acto terrorista

por Rayma Elena Hernández
3 de septiembre de 2007
Reimprimado de Periódico Vanguardia, Santa Clara


Giustino sigue luchando por su hijo Fabio y por todas las víctimas del terrorismo.

¿Qué pregunta puede hacérsele a un anciano al que, de un bombazo, le borraron el orgullo de decir: «Mire, este es mi hijo más pequeño»?

Sería falta grave un toque de balón en la nostalgia. ¡Fabio era el gran futbolista de la familia! De los Di Celmo, que ahora son dos: la hermana mayor, Tiziana, y el hermano del medio, Livio. Desde el 4 de septiembre de 1997, hace ya casi diez años, no hay hermano menor en el hogar que fundaron Giustino Di Celmo y Ora Bassi.

Tampoco al empresario podría hablarle de negocios. ¡En estas cuestiones Fabio era su mejor alumno! Por eso, le acompañaba en el lobby del hotel Cohíba, el 12 de abril de 1997. Estaban «hablando de negocios con una persona, cuando me avisaron de que había explotado una bomba en el baño» —me contó hace dos años.

Era aquella la primera explosión de una cadena de muerte. Y, «como buen padre que tiene que abrir siempre los ojos a su hijo para evitarle peligro», le sugirió: «“(…) cualquier cosa o sospecha, llama a la recepción, avisa”.» Era el primer aviso, el primer consejo, ¿el… último?

¿Por qué no poder hablar de fútbol, de negocios, de amigos, de barrios habaneros desandados una y otra vez desde 1993, cuando en su primera vista a esta Isla, el joven genovés ingresó al equipo de amigos de Cuba?


Aquí murió Fabio alcanzando por la esquirla del cenicero bajo el cual se colocó la bomba.

Pero hubo una segunda explosión; esa vez, definitiva. El aviso llegado de la recepción del hotel Copacabana, hizo añicos la paz en la habitación de Giustino. Los mensajes de muerte —no como posibilidad, sino como sangrante hecho cierto— no dejan tiempo para el consejo. Es como si cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día… quedara reservado solo para el dolor perenne.

¿Qué podría preguntársele a un padre con diez años de dolor golpeados por diez años de injusticia?

De volvernos a encontrar, ahora me atrevería a menos interrogantes que en julio del 2005, cuando estuvo en Santa Clara y en el Memorial Ernesto Guevara, lugares en los que —aseguró— experimentaría el mismo sentimiento aun cuando volviera 3 millones de veces.
En la computadora tecleo algunas ideas, con temor de malograr cada finta hecha para no lastimar aún más su sufrimiento:

—Usted envío una misiva al Fiscal General de los Estados Unidos, Alberto Gonzales, para denunciar la impunidad de que goza en esa nación el terrorista Luis Posada Carriles, el autor intelectual de los atentados que costaron la vida a su hijo. ¿Ha recibido respuesta de las autoridades de ese país?

Es difícil dar el clic que enviará un cuestionario al correo, cuando se sabe que la Justicia americana tiene un tradicional acuse de recibo: el silencio. La callada por respuesta, que silencia aquella declaración del mercenario salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León, hecha ante el tribunal que lo juzgó en la Causa 1 de 1999:

«No estoy aquí para justificar nada sino para responder por mis actos, asumo la responsabilidad de ellos y la vergüenza con que me tildan de terrorista; pero esta totalmente alejado de la verdad las sugerencias de algunos medios de prensa que tratan de involucrarme a una inexistente banda de malhechores de mi pais colocandome como un vulgar delincuente o que fui pagado por el Sr. Posada Carriles o la llamada Fundacion Nacional Cubano Americana; si detrás de Chavez Abarca se esconde la ultraderecha cubana en el exilio, lo desconocia; mas tarde durante el periodo de instrucción supe por algunas notas de prensa que llegaron a mi poder, que el Sr. Posada Carriles, se atribuyó públicamente la direccion y financiamiento de estos hechos, pero si es así, no me considero una víctima, pero si un medio que se manipulo para lograr un objetivo.» (La transcripción hecha pública respeta la ortografía original)


El autor intelectual del asesinato de Fabio, y de 73 personas en el avión de Barbados, goza de libertad en Miami.

Lo que supo este mercenario por las notas de prensa, también lo conoció el mundo entero a través de los artículos publicados por el periódico norteamericano The New York Times los días 12 y 13 de julio de 1998, y que reproducían fragmentos de la entrevista concedida por Posada Carriles.

«Ese italiano estaba sentado en el lugar equivocado en el momento equivocado.» «Tengo la conciencia tranquila» y «duermo como un bebé.»

Dos años más leyendo tanto cinismo, me hacen repetir la misma interrogante de aquella entrevista:

—¿Cómo un dolor tan hondo no se ha convertido en odio y deseo de venganza?

La venganza es «una cadena al infinito que lleva a la destrucción de la dignidad humana», resumo de sus respuestas de en tonces, y en la propia carta al Fiscal General, Giustino reafirma que solo quiere Justicia.

—¿Cuál sería el máximo acto de Justicia al que podríamos aspirar usted y todos los cubanos?

¿La condena a una bestia que anda tan libre y tan suelta que no es noticia en Miami, mientras se escuchan reclamos como este?: «El Comité de Madrid por la Liberación de los Cinco antiterroristas cubanos presos en Estados Unidos propuso la celebración de juicios populares en España al terrorista Luis Posada Carriles y al gobierno norteamericano por sus crímenes.» (Prensa Latina, 24 de agosto).

«Justicia es mucho más…» —presiento que me diría. Puede entenderlo no solo quien haya tenido el privilegio de hablar con Giustino, sino quien lo vea aquí, en Cuba; porque «[…] un buen padre nunca abandona a su hijo», tal como proclamó en la Plaza de la Revolución José Martí, el Primero de Mayo de 2005.

Porque el mundo necesita conocer «lo que le han hecho a Cuba a lo largo de casi medio siglo, porque en el 2010 ya se habrán cumplido 50 años de estar bloqueada, amenazada y provocada todos los días». Porque solo la solidaridad va a liberar a los Cinco luchadores antiterroristas que desde los Estados Unidos trataban de evitar que un día, en el lobby del Cohíba, llegara el primer aviso, y otro, el 4 de septiembre de 1997, la explosión terminara con una llamada de muerte.



Por su solidaridad con Cuba, Giustino recibió las llaves de la ciudad de Santa Clara, en julio de 2005.

«Luchar, luchar, luchar, luchar» —me confesó que era su misión—. Cuatro veces repitió la misma palabra, como se lo había dicho Fidel Castro Ruz aquel Primero de Mayo.

Entonces, en un nuevo cuestionario, ya me doy cuenta de que sobraría esta pregunta:

—¿Sigue siendo luchar la razón de su vida?

Mejor, entonces, habría que preguntarles a los callados protectores del asesino: ¿Cuántos años más tardará la Justicia para un padre al que, de un bombazo, le sembraron el grandísimo dolor de no tener más a su hijo más pequeño?

 

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