Entrevista con José Pertierra
"Mis clientes son los pobres de la Tierra"
por Paquita Armas Fonseca
4 de junio de 2011
Tomado de La Jiribilla
Jose Pertierra (foto:
Omara García Mederos) |
Cuando el famoso caso de Elián González, el niño rescatado por un padre valiente y honesto, con 11 millones de personas apoyándolo, el Dr. José Ignacio Pertierra fue citado en una crónica por Gabriel García Márquez y afirmaba que ese reconocido abogado había sido sacado de Cuba cuando tenía 12 años, en el contexto de la triste y célebre operación Peter Pan. Otros periodistas también han publicado que el jurista habanero abandonó solo su Isla. No fue así, realmente salió con sus padres porque su mamá —Olga— huía de su suegra Herminia, tanto que no se quedaron en Miami y fueron a dar a Los Ángeles, creo que para suerte de Acho —como le decían al niño aspirante a pelotero, estudiante de Filosofía después y jurista al fin—, que se ha encargado de echar su suerte “con los pobres de la Tierra”.
A veces de niño uno juega a lo que será de grande, otras no. ¿A qué jugabas tú? ¿Dónde?
De niño, yo siempre jugaba pelota. Mañana, tarde y noche. Soñaba con jugar tercera base para los Leones del Habana. Jugaba en el terreno de la escuela de mi infancia: La Salle, de Miramar. Mi padre me llevaba al Estadio del Cerro (ahora se llama El Latino) para ver jugar a los únicos cuatro equipos que había en esa época en Cuba: Los Leones del Habana, Los Alacranes del Almendares, Los Elefantes del Cienfuegos y Los Tigres del Marianao. Me acuerdo, como si fuera ayer, la primera vez que entré al estadio. La combinación de olor a maní y a cerveza, el verde vivo del césped y los colores de los equipos que jugaban ese día: el rojo rojito del Habana y el azul del Almendares. Lo menos que me cruzaba por la mente en esa época era la abogacía. Soñaba solamente con jugar tercera base y batear lineazos.
¿Tuviste una infancia feliz?
Tuve una infancia muy feliz. Vivía con mis padres —Pepe y Olga— y mi hermanita Lourdes. Íbamos muy a menudo al Náutico. Mi madre remaba y me llevaba en el bote a pasear. Eso me parecía la gloria. Siempre me ha gustado la brisa del mar, y no hay mar como el de Cuba. Jugaba todas las semanas con mis primos. Me sentía parte de un acogedor nido familiar.
Adoraba a mi tío Roberto. Él me llevaba muchos fines de semana al Vedado Tenis Club —ahora se llama Círculo Social José Antonio Echevarría— en Calzada y 12. Ahí aprendí a nadar. Mi tío me tiró en la piscina y me dijo: “Acho, nada”. En aquel entonces, me decían Acho, porque no podía pronunciar bien José Ignacio y salía, “Acho”. Todavía mis primos me dicen Acho. A veces, Roberto me llevaba de día al cabaret que él administraba —El Montmartre, en P, a una cuadra de 23 en el Vedado. Tengo los recuerdos del Montmartre que puede tener un niño de 9 años: los olores —una mezcla de aire acondicionado, perfume, ron y tabaco— y la belleza de las mujeres que veía ahí. Después de la Revolución, el Montmartre se convirtió en un restaurante: el Moscú. Ya no existe, porque se quemó en los 80.
¿Qué significó ser uno de los 14 mil niños enviados a EE.UU. solos dentro de la llamada Operación Peter Pan?
No fui un Pedro Pan. Salí de Cuba con mi familia. Mi padre había sido del Partido ortodoxo, y mi madre era un ama de casa. Había sido abogada, pero dejó la profesión cuando nací yo. Ella detestaba a la suegra. Quería vivir lo más lejos posible de Herrrrrrrrrrrrrrrminia (como siempre pronunció el nombre de la madre de mi papá). Cuando comenzó la ola migratoria, después del triunfo de la Revolución, aprovechó la oportunidad. Convenció a mi padre que había que salir de Cuba, y llegamos a Miami. Mi madre le salió huyendo a la suegra, no a la Revolución.
Pocas semanas después, mientras mi padre buscaba trabajo, mi mamá, mi hermanita y yo fuimos a una oficina de refugiados donde un funcionario del gobierno federal nos explicó que el gobierno pagaba el pasaje hacia cualquier ciudad en los Estados Unidos donde el refugiado cubano quisiera ir a vivir (ya ese programa no existe). Esto fue en 1961. Creo que Washington le tenía miedo a lo que pasaría si los emigrados cubanos se establecieran en Miami. Quizá tenía un presentimiento del desastre social y político en que convertirían a Miami —una ciudad que en ese momento era muy placentera. Recuerdo que el funcionario nos explicó que nos pagaban el boleto si nos íbamos de Miami.
Preocupada porque pronto su suegra saldría de Cuba para mudarse a Miami con nosotros, mi mamá abrió los ojos y me dijo: “perfecto —vámonos bien lejos para que Herminia no nos persiga”. El funcionario puso un enorme mapa de los Estados Unidos en el escritorio, mi madre no traía los espejuelos y no veía bien. Pero sabía que Miami estaba en la esquina derecha del mapa, miró hacia el extremo izquierdo y me preguntó el nombre de esa ciudad. Yo miré, y le dije: “Los Ángeles, mami”. Ella no titubeó. “Dile al americano que vamos para allá”. Así fuimos a parar a California. Cuando Herminia llegó a los EE.UU. el año siguiente, decidió que Los Ángeles estaba muy lejos de sus hijas y otros nietos, y no fue a Los Ángeles. Así se deshizo mi mamá de Herrrrrrrrrrrrrrrrrrrminia.
¿Qué recuerdas de aquellos tiempos? ¿Cuánto te marcó?
Recuerdo lo lejos que estaba de Cuba. Yo había sido muy feliz en La Habana. En Los Ángeles vivíamos muy lejos de lo nuestro.
Lo bueno es que no me crié con los cubanos de Miami, sino con los chicanos de Los Ángeles. En vez de contaminarme con el odio de Jorge Más Canosa, me inspiré con la lucha de César Chávez. Marché con los trabajadores agrícolas del sindicato que formó César Chávez: el United Farm Workers. De ellos aprendí que los pobres de la Tierra son explotados por los empresarios, y que hay que cambiar el mundo para hacer justicia. Participé en el movimiento de derechos civiles en los EE.UU. y también en la oposición estudiantil a la guerra en Vietnam. En California, comenzó mi formación política —pero me sentía muy lejos de Cuba. Desterrado.
Miguel Ángel Asturias tiene un poema sobre el destierro que toca hondo. Se llama “Letanías del Desterrado”. Asturias dice:
Y tú, desterrado:
Estar de paso, siempre de paso,
tener la tierra como posada,
contemplar cielos que no son nuestros,
vivir con gente que no es la nuestra,
cantar canciones que no son nuestras,
reír con risa que no es la nuestra,
estrechar manos que no son nuestras,
llorar con llanto que no es el nuestro,
tener amores que no son nuestros,
probar comida que no es la nuestra,
rezar a dioses que no son nuestros,
oír un nombre que no es el nuestro,
pensar en cosas que no son nuestras,
usar moneda que no es la nuestra,
sentir caminos que no son nuestros...
¿Te consideras un hombre exitoso? ¿Cómo llegaste a estudiar Derecho?
Si el éxito se mide —como en los EE.UU.— por el dinero y las cosas materiales que uno puede comprar, soy un fracaso. No represento a empresas o a clientes adinerados. Mis clientes son los pobres de la Tierra. He querido echar mi suerte con ellos. Mis colegas tienen más pacotilla que yo, porque sus clientes tienen más plata que los míos. Pero he podido ayudar a las personas que considero las más necesitadas, y eso tiene un valor que no se cuantifica en dólares.
Al graduarme de la Universidad de Loyola en Los Ángeles en 1975, tuve la suerte de ganarme una beca para estudiar Filosofía gratis en la Universidad de Georgetown en Washington. Hice un posgrado ahí por cinco años. Imagínate poder estudiar en los EE.UU. —donde la educación universitaria es tan cara— a Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Marx, Wittgenstein, Camus y los otros gigantes de la Filosofía sin tener que pagar por los estudios. Fueron cinco años muy felices, pero me sentía muy lejos de Cuba. Saqué una maestría y me preparé para escribir la tesis del doctorado. Estaba escribiendo una tesis sobre el fundamento filosófico que utilizó Carlos Marx para criticar la censura que Prusia ejercía contra el periódico que él editaba, el Rheinishe Zeitung, en 1843. Sin embargo, no la terminé. Decidí abandonar la carrera y estudiar Derecho.
Me gustaba mucho la Filosofía y pensé que me iba a convertir en un profesor universitario, pero no quería simplemente dar clases. Centroamérica estaba en llamas. Había revolución en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Como Sofía en El siglo de las luces, quería “hacer algo”.
La Filosofía me preparó, pero no me armó para una lucha. Para combatir dentro de esta sociedad, necesitaba algo más. Eso me lo dio el Derecho. Me gradué de abogado en 1984, e inmediatamente comencé a ejercer la profesión en Washington. Aunque me concentré principalmente en la rama de inmigración, también he hecho casos de Derecho Internacional.
Era muy amigo del ya difunto Rodrigo Asturias, hijo del escritor Miguel Ángel Asturias. Rodrigo era uno de los tres comandantes principales de la guerrilla guatemalteca (la URNG). Utilizaba el nombre Gaspar Ilom, por el protagonista de la novela de su padre —Hombres de maíz. Gaspar me pidió que lo ayudara con un caso. Me dijo que un comandante de la URNG, Efraín Bámaca Velásquez, había caído en combate el 12 de marzo de 1992. El ejército lo reportó muerto, pero meses después dos combatientes se escaparon de unas cárceles clandestinas y denunciaron que Bámaca estaba vivo y que el ejército guatemalteco lo torturaba. Bámaca había sido criado por Gaspar Ilom. Gaspar lo consideraba su hijo. Me llamó y me pidió que me encargara del caso. Resulta que Bámaca estaba casado con una estadounidense llamada Jennifer Harbury. Una mujer muy valiente quien realizó varias huelgas de hambre para lograr información sobre el paradero de su esposo.
Presentamos una demanda contra Guatemala ante la Organización de Estados Americanos (OEA). Logramos descubrir que el ejército guatemalteco capturó vivo a Bámaca, que el coronel Julio Alpirez lo torturó, que la CIA le pagó $44,000 al torturador justo después que este le había dicho a la CIA de la información que le había extraído a Bámaca bajo tortura. Debido a ese caso, la CIA tuvo que retirar al jefe de estación de la embajada estadounidense en Guatemala, y el Presidente Clinton ordenó nuevas reglas para el uso de fuentes que son violadores de derechos humanos: las agencias de inteligencia estadounidenses no estaban autorizadas a usarlas sin previo permiso del propio Presidente. Esas reglas estuvieron en pie hasta después de lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001 en los EE.UU. La OEA falló a favor nuestro, y el gobierno guatemalteco tuvo que indemnizar a la viuda por haber torturado y asesinado a su esposo.
Para hacer casos como ese, dejé la carrera de Filosofía y me dediqué al Derecho.
¿Cómo te acercas de nuevo a Cuba?
Mi acercamiento a Cuba comienza cuando el Presidente Jimmy Carter permitió que Cuba abriera una Sección de Intereses en Washington. Una oficina que yo siempre he llamado “La Embajada”. Fue como si hubiese encontrado una ventana a La Habana, por la cual podía viajar virtualmente a mi país. A través de La Embajada, pude conocer a compañeros y compañeras que se han convertido en amigos para siempre: Ramón Sánchez Parodi y su esposa Marta, Ramón García y su esposa Lucy, Fernando Remírez de Estenoz y su esposa Patricia Semidey, Dagoberto Rodríguez y su esposa María Isabel, Jorge Bolaños y su esposa Graciela. No solamente ellos. Muchos otros más que han pasado por nuestra embajada en Washington. Por esa puerta rotativa de La Embajada entran siempre cada cierto tiempo nuevos amigos.
Posteriormente a la apertura de la Sección de Intereses en Washington, me incorporé a la Brigada Antonio Maceo. Ese viaje que hice a Cuba con la Brigada cambió mi vida. Caminé nuevamente las calles de mi infancia, y conocí a una nueva Cuba. No al país de los cabarets y los clubes privados de los años 50. A una nueva nación, independiente, soberana, gobernada por el pueblo y no por Washington. Se lo debo a Lourdes Casal, una poeta y patriota que me convenció de que dejara mis estudios y mis quehaceres en Washington por un mes entero para ir con la Brigada a Cuba.
Mis padres me llevaron de Cuba a los 9 años, y yo regresé a los 28, pero nunca me he sentido estadounidense. Quizá nunca quise ser yanqui. La identidad es también cuestión de voluntad. Hay un escritor que se autotitula “Cuban-American”, quien argumenta que el cubanoamericano es más que cubano y más que americano, porque tiene un poco de cada uno. Yo discrepo con esa teoría. Ser cubanoamericano es ser ni chicha ni limonada. Soy ciudadano estadounidense, pero no soy yanqui. No quiero serlo, porque soy diferente a ellos. El himno de los EE.UU. no me es ni fu ni fa, y la bandera de ese país tampoco me emociona. Sin embargo, se me erizan los pelos cuando escucho nuestro himno y cuando veo la estrella solitaria volando entre las brisas. Los EE.UU. tienen muchas cosas estimulantes, pero no es mi país. Siempre estoy de paso en ese país, y siempre llevo a Cuba por dentro. Cada vez que aterrizo en el aeropuerto José Martí me siento en casa.
Por eso, me toca muy hondo aquel poema de Martí en el que dice:
Dicen sabios en dolor
Y personajes profundos
Que el mayor mal de los mundos
Es vivir en Nueva York.
Martí lo dice a pesar de que reconoce que Nueva York es una gran ciudad, pero sabe que no es suya. Un desterrado lleva la patria en el corazón, no importa donde uno se encuentre.
La Patria no está sostenida por un suelo, sino por un pueblo, por los seres de carne y hueso que la aman y comparten un mundo particular de sentimientos, de recuerdos, de olores, de sabores y de respeto hacia los que han de conservar y engrandecer la memoria afectiva de ese grupo humano. La Patria no es un lugar donde se está, sino donde se vive. Nunca fue más cubano el poeta Heredia que cuando le cantó al Niágara. La Patria es la gente que respira Patria.
"Ni la familia que está en los EE.UU. dice que este padre es un mal padre", dijo el doctor Pertierra. "Lo que dicen es que no les gusta la política de Fidel Castro, pero Fidel Castro no es el padre de este hijo". Al final de la entrevista dejó flotando un grano de pimienta en la sopa. "Lo más preocupante —dijo— es que los jueces de la Florida son electos, y devolver este niño a Cuba podría costarle la elección a un juez de Miami", afirmó García Márquez en un análisis sobre el famoso caso Elián. ¿Cómo te vinculaste a ese hecho?
El caso Elián fue fundamentalmente un caso de inmigración. Esa es mi especialidad. Salí en un programa de la televisión estadounidense rebatiendo al tío abuelo de Elián. Yo estaba en Washington, y él en Miami. Tanto Juan Miguel como las abuelas del niño me vieron en ese programa, porque la Televisión cubana lo transmitió pocos días después. Me dijo Juan Miguel que le gustó como respondí durante ese programa. Nos conocimos e inmediatamente nos hicimos amigos. Lo considero un verdadero héroe. Un gran padre y un gran revolucionario. Tengo muchos gratos recuerdos de ese caso. Es difícil ganarle a Miami en los tribunales y en los pasillos del poder de los Estados Unidos, aunque uno tenga la razón. El caso lo ganó Juan Miguel, y los 11 millones de Cuba que se sumaron a la causa. La parentela de Miami argumentaba que el niño viviría mejor con ellos, porque tenían más dinero para comprarle pacotillas a Elián. Pero Juan Miguel le demostró al pueblo norteamericano que el amor de un padre no tiene precio —y que las calles de Cárdenas contienen más tesoros humanos que todos los centros comerciales de Miami juntos. Cuando Juan Miguel llegó a Washington, nos reunimos en la casa del embajador Remírez de Estenoz. Le pregunté lo que pensé que la Procuradora General, Janet Reno, le iba a preguntar al día siguiente: ¿dónde quiere vivir con su hijo y por qué? Juan Miguel me contestó sin titubear que quería vivir en Cuba: “Me gusta Cuba. Me gusta Cárdenas. Trabajo en un restaurante que tiene un laguito donde hay unos paticos, y a Elián le gustan mucho”. Esa respuesta es típica de Juan Miguel. Humilde, sincera y cubana. Me invitó a caminar por las calles de Cárdenas con él y Elián —cosa que hice después que ganamos el caso. Y cuando me casé en Cuba, invité a Juan Miguel ser el padrino de la boda. Es un amigo para siempre.
El caso Posada y tu paso por El Paso es el último hecho que ha acaparado tu quehacer jurídico, ¿por qué representas a Venezuela?
Es un honor representar a la República Bolivariana de Venezuela, y aún más en el caso de la extradición de Luis Posada Carriles. La vida nos impone reglas de conducta: en la paz y (especialmente) en la guerra. Sin ellas, todo sería un caos. No se puede permitir que alguien impunemente ponga bombas en aviones civiles, en hoteles o en restaurantes. Es evidente que Posada Carriles discrepa con la Revolución Cubana y lucha contra ella. Pero lucha ilegalmente e inmoralmente. Tendría que ponerse un uniforme y combatir en el campo de honor, en vez de atacar a civiles indefensos. Las 73 personas a bordo de Cubana de Aviación 455 eran civiles y estaban desarmados. Fabio Di Celmo era un simple comerciante italiano, cuando la bomba que Posada Carriles mandó a poner en el lobby del hotel Copacabana estalló y lo mató. Eso es terrorismo. Represento a Venezuela por la memoria de los que Posada Carriles ha asesinado a sangre fría. También por la dignidad de los seres queridos de las víctimas de ese terrorismo. Es mi granito de arena en la lucha contra el terrorismo que han desatado contra Cuba y Venezuela. No hay justificación alguna ante el terrorismo. ¿Cómo es posible que EE.UU. pueda mantener a los Cinco presos y a Posada Carriles libre? Seguiré luchando para que el Presidente Obama libere a los Cinco y extradite a Posada Carriles. Es lo justo.
Luego de este nuevo dislate con Posada, ¿qué piensas del sistema jurídico norteamericano que, a pesar de su adelanto, da pie a las más absurdas y luciféricas decisiones?
El sistema jurídico estadounidense es un sistema fallido. Beneficia a los ricos, y perjudica a los pobres. La defensa de Luis Posada Carriles costó cientos de miles de dólares (quizá más), y ese fue un factor significativo que contribuyó a su absolución en El Paso. El llamado exilio histórico de Miami está forrado de plata y fue quien pagó el costo de esa defensa. Si Posada Carriles no hubiera tenido dinero para defenderse, lo hubieran declarado culpable en 48 horas. La evidencia era contundente. El jurado lo escuchó admitir ser el autor intelectual de las bombas en La Habana en 1997, pero así todo lo absolvió porque la defensa logró confundir a los integrantes del jurado.
Es un sistema que premia al teatro y milita contra la evidencia. Un cuento bien contado (aunque no sea cierto) vale más ante los tribunales de los EE.UU. que la evidencia. Un juicio penal en los EE.UU. no es una pesquisa para averiguar la verdad. Es una obra de teatro para confundir y ofuscar al jurado. Mira lo que logró O.J. Simpson en aquel célebre caso. La sangre de la esposa que degolló apareció hasta en su casa, pero se gastó millones de dólares para confundir al jurado y fue absuelto. La defensa montó un teatro tan entretenido que el juicio (televisado incluso) fue uno de los programas más vistos en la televisión de los EE.UU.
Antes de dedicarse a la poesía y a la Revolución salvadoreña, Roque Dalton estudió Derecho. Sabía lo que decía, cuando declaró:
Las leyes son para que las cumplan
los pobres.
Las leyes son hechas por los ricos
para poner un poco de orden a la explotación.
Los pobres son los únicos cumplidores de leyes
de la historia.
Cuando los pobres hagan las leyes
ya no habrá ricos.
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